viernes, 4 de septiembre de 2009

Aroa-1


La facilidad de trasporte y de telecomunicación es tan importante, que no es posible que se dé el desarrollo de una comunidad, país o región, sin que estas facilidades estén disponibles. Esta condición es necesaria, mas no suficiente. En nuestro caso venezolano, un ejemplo de ello lo constituye un pequeño pueblo como el de Aroa, Estado Yaracuy. Este pueblo se convirtió en un mini emporio a partir de 1877, por supuesto que en términos relativos para la Pequeña Venezia de esa época, cuando fue inaugurado el ferrocarril: Aroa -Tucacas: el primero que se construyó en el país. El propósito de la obra fue crear una vía expedita y eficiente para trasportar a puerto marítimo la mena de cobre de las minas de ese pueblo, el cacao y otros frutos que en fechas anteriores se llevaban en canoas por el río Aroa, hasta el litoral falconiano . Mi madre nació en Aroa, ella y mi abuela me relataban lo “adelantada” que en ciertos aspectos era esa casi aldea.

Pero ese ferrocarril permitía también muchas otras cosas, entre las cuales está algo de lo novedoso que en el mundo surgía: la refrigeración, la leche condensada en lata, los médicos ingleses, medicamentos que no se conseguían ni en Puerto Cabello, la educación técnica que impartieron allí los ingenieros y técnicos ingleses y muchas otras cosas vedadas para buena parte de las poblaciones venezolanas: los barcos se llevaban la mena y traían otros artículos conocidos o no en el resto del país.

Todo ello se debió a que Maria Antonia, hermana de Simoncito, pactó con los ingleses y vendió la posesiones de las minas aroeñas, y así los muchachos de la corona y algunos factores lugareños hicieron el resto. Simón apuntó en su testamento que su único bien de fortuna era su posesión aroeña, obtenida por el viejo Juan Vicente, tras largo litigio.

Aroa tuvo además ferrocarril que la unió a Barquisimeto. Recuerdo que mi madre y mi abuela relataban anéctotas de Aroa, surgían los apellidos: Bonaguro, Bavaresco, Laveder, Prince y de seguro muchos otros que al igual que ellos, fueron mecánicos para maquinaria pesada . Desmontaban y reparaban maquinaria de centrales azucareros, de plantas eléctricas, de la industria cafetalera, de vehículos, de ferrocarriles, y uno de ellos, sin ser ingeniero ni técnico diplomado, fue instructor en la disciplina de Taller, en la escuela de Ingeniería Mecánica de la UCV, actuando bajo la dirección de un riguroso ingeniero alemán (de allá de Germania, no de la Colonia Tovar). Estos italoaroeños tuvieron a la mano la escuela inglesa, una buena escuela con visión de verdadera empresa, con rigor y exigencia, independientemente de que los ingleses sean unos grandes carajos que han pateado a medio mundo durante siglos.

Este intercambio, esa interfaz que permitió la facilidad de trasporte, hizo posible junto con otros factores, la creación de una mini sociedad algo diferente y con una calidad de vida algo mejor que la de muchas poblaciones venezolanas durante las últimas décadas del IXX y primeras del XX. Desde hace muchos años, la veta de cobre mermó su tenor hasta un valor no comercial. Creo que desde las primeras décadas del siglo XX se hizo patente su decadencia. Tras varios dueños ingleses y criollos, hoy las minas son propiedad de la entidad regional del Yacacuy.

He visitado varias veces este terruño de mis ancestros; en su cementerio oficial (porque había uno específico para los ingleses) no me sorprendió encontrar tantas lápidas de difuntos con apellidos italianos y uno que otro francés. Uno de esos apellidos italianos: Radaelli, es el de mi abuelo materno, carpintero lombardo que hizo allí en Aroa su vida y allí yace.

Me sorprendió sí leer una suerte de memoria, muy manoseada y media rota, que un anciano colega me mostró en una reunión gremial del Colegio de Ingenieros en Caracas. En ese documento, un ingeniero inglés: John Hawkshaw, quien siendo joven vino a Aroa para trabajar en las minas, relata lo que él vio allí,: instalaciones, paisaje, costumbres, comida: memorias escritas en su madurez. Hawkshaw hizo levantamientos topográficos, puso la mira en la construcción de caminos, trazó la ruta básica del ferrocarril que por parte de él fue objeto de particular empeño, aunque su idea cristalizó mucho después.

Cabe apuntar que este caballero se enfermó y parece que los médicos ingleses no dieron en el clavo, porque hizo que lo llevaran a Tucacas vía río Aroa, se embarcó en el vuelo directo a La Guaira, y sin pestañar se apeó del “jet”, se montó en su moto y coronó la cima subiendo por Punta de Mulatos hasta Los Castillitos, y bajando a toda galucha, llegando a Sanchorquiz dejó renco a un perro y mató a dos gallinas. Se internó de inmediato en el “Medical Center for Tropical Diseases” de La Sultana del Ávila, para que lo “recetara” nada menos que el sabio: Dr. José María Vargas. Una vez recuperado, regresó a Aroa.

El hombre se las traía, posteriormente fue miembro de la Royal Society” de Londres y Caballero de la Corona. A este ingeniero le tocó una tarea profesional interesante para su época, fue uno de los principales a quien Lesseps (quien no fue ni ingeniero ni arquitecto) le entregó la responsabilidad de hacer el proyecto para la construcción del Canal de Suez, cabe aquí recordar la importancia de esta obra, no por el fausto para su inauguración (Verdi compuso a “Aída” haciéndola a la medida para esta celebración), sino por la relevancia geopolítica y económica que aún conserva.

Hace muy poco, el río de montaña que desde la serranía de las minas baja hacia Aroa y la parte en dos, se convirtió en torrente con todo y deslave, y dejó muy poco sin daños, el fenómeno fue televisado a nivel nacional e internacional, gracias a esos muchachotes de la GLOBO y de la CNN. En esos días, un conocido mío, ya pasado de los cuarenta, a quien veo a veces en una panadería barquisimetana donde leo , escucho (muy importante) y tomo excelente café, me explicó que “ese pueblo del cual no sabía él que existía , fue muy importante hace doscientos años”, tal como un tío suyo se lo reveló. La verdad es que la vena de cobre ya era conocida hacia mil seiscientos y tantos. La cita del cuarentón fue respaldada por una trigueña , sentada en una mesa vecina, quien luciendo las piernas más hermosas que he visto en varios años, me dio la ñapa agregando que: “hace no sé cuánto en ese pueblo hubo una importante mina de aluminio. Lo ven: cuasi alquimia del XXI.

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