viernes, 4 de septiembre de 2009

Catajarra


La palabra luce rara, parece a ratos muy española, no lo sé. Lo que sí sé, es que entre nosotros significa una cantidad grande, un grupo, una banda. No he consultado aún mi DRAE, como tampoco los diccionarios de venezolanismos editados por la UCV y la UCAB. Casi olvido lo que nos dejó el ilustre tocuyano Lisandro Alvarado.

Siento que estamos invadidos por catajarras. Una catajarra de programas de noticias y entrevistas de corte político, una catajarra de promociones para medicinas sistémicas, una catajarra de féminas mostrándonos el do de pecho y lo de atrás para promocionar cualquier cosa, una catajarra de analistas y economistas vomitando cifras e indicadores macroeconómicos, una catajarra de medicamentos para paliar la disfunción eréctil (cuán decentes son los médicos y farmacéuticos), una catajarra de menesterosos pidiéndonos dinero en todo sitio y a toda hora, y una catajarra de forajidos que han asaltado a los poderes públicos para imponer a la fuerza sus designios, crear el caos y así mantenerse en el caos como estrategia política y entrar a saco en los dineros públicos. ¡ Que buena vaina ¡. Al país se le vino encima una catajarra de problemas , amén de los ya crónicos. Siento que cada vez vamos para atrás, que vamos hacia abajo y no tocamos fondo. Estamos en una catacracia. Me siento a veces tal cual como me he sentido cuando he experimentado una pesadilla que he tenido desde niño, en la cual: una manada de elefantes me persigue, yo huyo tan presto como me es posible, pero de pronto el suelo se torna elástico, se hunden mis pisadas, pierdo velocidad, ya casi están por atropellarme los paquidermos, volteo y me percato de que a pesar de su considerable peso, no se hunden los muérganos. ¡ Zas ¡ , me despierto de pronto: agitado, sudoroso. Me felicito porque no fui alcanzado. Así me siento respecto al destino de mi patria. Parece que esto nunca terminará, parece que pisamos un suelo esponjoso, que el avance es harto difícil o que somos torpes para avanzar.

En lugar de una catajarra de indicadores económicos, de encuestas (qué catajarra) y de precisiones constitucionales, tengo yo dos parámetros de comparación, sencillos, que me han permitido desde hace años medir las condiciones socioeconómicas del venezolano. Uno de ellos lo conservo desde las escuelas primaria y secundaria, donde yo (cualquier venezolano) tenía escuela, aulas, maestros, pupitres, sanitarios, pizarrón y tiza, profesores que religiosamente cobraban su sueldo, tenía un médico y un odontólogo que me revisaban una vez al año. Recuerdo que en tercer año de secundaria, accidentalmente quebré un matraz cónico “Erlemeyer” (no se me olvida, odié la Química con fervor); mi profesora me advirtió que fuera a “EL Palacio del Libro”, en El Silencio, para adquirir dicho matraz y reponerlo, so pena de resultar aplazado en Química. Hoy en día no hay pupitres, no hay sanitarios, no hay laboratorio, los profesores (salvo las excepciones de rigor) son unos vomitadores de conceptos, a quienes poco les importa los bienes escolares, porque “eso es del gobierno”.

Por dónde y hacia adónde va nuestra educación. Qué futuro le espera a un país con una educación de comidilla. A través de cuáles indicadores macroeconómicos vamos a medir eso. No necesitan decírmelo: todo se vendrá abajo. Qué nos importa crecer económicamente un 10% interanual si nuestra educación no mejora. Mi otro indicador lo constituye la infancia desvalida. Qué futuro le espera a un niño que no recibió adecuada nutrición durante los tres primeros años de su vida, Cómo aprende un niño con hambre. Desafortunadamente esos niños serán unos tarados, “una carga para la población económicamente activa”, hubiese dicho el Padre Pernaut. No estoy en contra de economistas, sociólogos, colegas ingenieros, etc. Sólo que no cuadran sus prédicas ante la feroz miseria y el negro futuro de quienes no tienen cómo recibir siquiera mediana educación, y quienes además padecen hambre. Ignorancia y hambre son las peores carencias imaginables para mí, quizá debo agregar que perder la gracia de Dios es también una terrible carencia.

La catajarra de problemas que debemos resolver no son conchas de ajo. De alguna manera tenemos que darle un vuelco a la gestión gubernamental; no llegamos a una solución con el mero hecho de sacar de Miraflores a “el balurdo”. No; tenemos que resolver, nadie va a resolver por nosotros. Además de todo lo que tenemos encima, hay algo que pocos notan o comentan: el Mundo es ya una aldea, es una urdimbre, es un sistema de engranaje en el cual no hemos enganchado, porque la rueda nuestra no tiene el mismo “ paso “ de las demás; aún estamos a tiempo para engranar, pero si tardamos en exceso, será limitada la posibilidad de levantar cabeza.

Estoy en Caracas, ayudando a mi esposa en la titánica gestión de obtener un pasaporte. Quizá su problema radica en que es venezolana por nacimiento. Hemos madrugado, hemos hecho cola ocho horas al día, y no hemos conseguido el número que nos permita hacer otro día otra cola para obtener el dichoso documento, aunque le queda la opción de pagar una catajarra de bolívares a un gestor para conseguir el antes citado. ¡ Mi reino por un Pasaporte ¡. Fue de remembranzas vagar por El Silencio mientras la asistencia a mi costilla me lo permitía. Pude entrar en “El Palacio del Libro”, allí ya no venden matraces. Disfruté del exótico paisaje del arquitecto Bernal, admiré los hermosos arreglos decorativos del oficialismo, percibí los aromas que emanan de sus calles, casi como nos lo señaló Andrés Eloy: “Cobraron mis pulmones un aliento pirata y corrió por mis venas toda el agua del mar”. Sí, del mar de inmundicias en que se ha convertido mi Caracas.
Caracas: Julio de 2.004

1 comentario:

  1. Buscando la palabra Catajarra, me consigo con este blog tan tristemente real... Amigo Lino, 12 años después, la catajarra de problemas aumentó... Saludo!

    ResponderEliminar